Por: Juan José Rosales Gallegos.
Siempre son los mismos muchachos: de corta estatura, cabello hirsuto, morena su piel; descuidados en su aspecto físico, con ropas y calzado desgastados que provienen de Guerrero, Oaxaca y Chiapas. A duras penas saben leer, pero según ellos, “están peleando” por un lugar en la universidad. Cambian un mendrugo de pan por violencia; matones, golpeadores, “halcones” muertos de hambre que se convierten en el brazo armado de intereses sin rostro y sin nombre. Son las herramientas del chantaje.
Los puede ver marchando en las calles desempeñando el papel de “normalistas”; cerrando escuelas y facultades como “universitarios”, reforzando los plantones de la CNTE o como acarreados en los mítines de algunos políticos de izquierda; son colonos, campesinos y obreros según requiera la movilización. El hambre los vuelve porros y los coloca de rodillas al mejor postor. Por sus servicios, reciben un colchón mugroso que los libera de dormir en el suelo; el hacinamiento en una de las llamadas “casa de estudiante” es mejor que estar sin techo.
Las autoridades mienten, estos bravucones no buscan una oportunidad de estudiar, no quieren cambiar su realidad a través de la educación, son peones en un juego de cientos de millones de pesos. Ocupan un lugar en las “casas de estudiante” para justificar el subsidio que la UMSNH otorga. A mayor número de moradores, mayor el subsidio y las ganancias.
¿Quién supervisa a las casas del estudiante? nadie, se protegen en un mal entendido concepto de “autonomía”, un manto de impunidad que permite el atraco que año con año sufre la Universidad Michoacana.
Mi solidaridad con mi amigo Diego Navarrete, cobardemente golpeado por los porros sin nombre.

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